lunes, 19 de diciembre de 2011

FALLO DEL CONCURSO DE MICRORRELATOS " Menudos Renglones"

El pasado día 15 de diciembre se celebraron las votaciones anónimas de los microrrelatos también anónimos en ese momento. Tras las votaciones los micros empezaron a perder su anonimato (con juego de adivinanzas incluido en las bases) y se procedió al recuento. Las afortunadas fueron las Martas. Martha O. fue la ganadora con un total de 10 renglopuntos y Marta C. obtuvo el segundo puesto con 7 renglopuntos. Resaltar que todos los microrrelatos obtuvieron algún renglopunto asi que hicimos cierto aquello de "para gustos los colores". Yolanda y Marta C. también tuvieron su premio como las alumnas más empollonas y mejor conocedoras del estilo y forma de escribir de sus compañeros del colectivo. ¡Felicidades a las tres!

Dar las gracias a todos los participantes que con su entrega e ilusión hicieron que pasáramos un rato muy agradable. Igualmente agradecer a los miembros que generosamente trajeron regalos para todos los participantes y para los ganadores.

MICRORRELATO GANADOR de Martha O

Me mudo

“ist noch inden Sternen geschrieben”
“todo está escrito en las estrellas”
dicho popular alemán

Me han asignado un guión de vida que no me corresponde. Es como un traje de neopreno que me ciñe y no me deja vivir, no puedo respirar, me asfixio.
¡Quiero mudarme!, irme, convertirme en un putón verbenero. Correr por las carreteras en mi moto y “levantar” a los mejores camioneros y conductores.
Quiero vivir en un barco, en un canal de Amsterdan, en Sausalito, en Londres, invitar a todos mis amigos a que me visiten y hacer las fiestas más espectaculares.
Comenzaré por tirar los marcos de plata, a estrellar en el suelo las porcelanas, a quedarme con las cuatro cosas que necesito, además del cepillo de dientes.
Quiero ir solo con lo que quepa en una mochila, incluido el último libro que estoy leyendo.

MICRORRELATO FINALISTA de Marta C.

PEREZA, GULA Y SOBERBIA

Todavía recuerdo el lejano día en el que Pedro, con amplia sonrisa y voz serena me dijo: “Pasa”. Para una persona como yo, esto fue un verdadero sueño. Aquello que siempre había deseado se convirtió en realidad.
Y desde entonces hasta ahora…una eternidad. Tengo la asfixiante sensación de que nada ocurre y, con sinceridad, he de confesar que estoy decepcionado. Profundamente decepcionado.
Me he replanteado la existencia y estoy convencido de que quiero comenzar a vivir. Aunque suene a trabalenguas quiero vivir todo aquello que no viví en vida. Envidia, ira, avaricia, lujuria…quiero los siete para mí. Los que van no vuelven, por algo será. Mañana mismo me mudo al infierno.

lunes, 28 de noviembre de 2011

BASES I CONCURSO MICRORRELATO “Menudos renglones”


- Podrán participar los miembros del Colectivo literario “Renglones de Ficción”
- Cada participante puede presentar un único texto.
- Los textos tendrán una extensión máxima de diez líneas en letra Arial 12.
- El tema de los textos participantes será: “Me mudo” (en cualquiera de los sentidos que el autor quiera interpretar)
- Los textos han de ser colocados por los autores de forma ANÓNIMA como comentarios a esta misma entrada del blog (Pinchar un poco más abajo en donde pone “X comentarios”>Pegar nuestro texto en el espacio en blanco>Abrir la pestaña marcada como “Comentar como” y seleccionar la opción Anónimo>Darle a publicar comentario> Meter la palabra de verificación>Publicar comentario).
- OJO!!No firmar el texto ni poner el nombre en el comentario o vuestro texto quedará automáticamente fuera de juego.
- La fecha tope para colgar los textos es el día 13 de diciembre incluido. El día 15 de diciembre se celebrará la cena de navidad y ese día se espera que todo el mundo haya leído en el blog los microrrelatos participantes (y que cada uno tenga decidido cuales son los dos que más le gustan).
- El fallo del concurso se realizará durante la cena de navidad atendiendo al siguiente procedimiento:
• Las organizadoras (Cabezas de Ajo) numerarán los textos anónimos
• Cada participante otorgará 2 renglopuntos a su relato favorito y 1 renglopunto a su segundo relato favorito (se confía de la buena fe de cada participante para no votarse a sí mismo)
• Se sumarán las puntuaciones y se nombrará al GANADOR y al finalista. En caso de empate ganará el relato que haya obtenido más veces puntuaciones de 2 renglopuntos.
• Como colofón final se procederá a realizar un juego fuera de concurso que consistirá en intentar averiguar a qué autor pertenece cada microrrelato. Para ello las organizadoras CA irán nombrando los microrrelatos y se irá nombrando a los diferentes autores para que se vaya votando a mano alzada.
- El ganador, una vez que haya sido nombrado, efectuará un breve discurso de agradecimiento (muy breve y no lo tiene que tener preparado).
- El premio otorgado al ganador será un diploma acreditativo y el magnífico honor de ostentar durante un año el título de ganador del I Concurso “Menudos renglones”. Así mismo los rengloneros que quieran, de modo totalmente optativo y desinteresado podrán traer algún obsequio para agasajar al ganador (véase auriculares donados por Cristina al ganador del Relato de Miedo de Verano de 2011).
- Suerte a todos y …¡empieza el juego!

martes, 22 de noviembre de 2011

NIEBLANOCHE



por Fede.

Alicia colgó el teléfono.
Se había citado con la pandilla; y esta vez el botellón iba a ser de órdago porque se habían gastado casi toda la paga en bebidas. Coca cola, vino, ginebra y vodka. El hielo lo llevaría Héctor, que era el único que tenía coche; más exactamente un Ford Fiesta con veinte años de antigüedad, que pasaba más tiempo en el taller que circulando.
Tomaron el coche de línea que les llevó a Jaraque, y desde la estación de autobuses del pueblo fueron andando hasta un polígono industrial, donde se iba a celebrar la fiesta.
A las dos de la madrugada se puso a llover, y poco a poco sin que nadie reparara en ello, la niebla se hizo dueña de la noche.
Uno tras otro, los vasos de alcohol fueron mermando la energía de los asistentes y a las tres de la madrugada eran muy pocos los que aún podían tenerse en pie.
Sentada en un taburete alto y apoyada en la improvisada barra de bar, Alicia se volvió despacio hacia dos hombres que hablaban en voz baja y sin querer escuchó la conversación.
– ¡Eres un animal! no deberías haberla golpeado tan fuerte. Vamos a estar jodidos si alguien lo ha visto.
–Nadie va a sospechar de nosotros, no te preocupes. Además ha quedado muy escondida y no va a ser fácil dar con ella.
Uno de los hombres se giró y sus ojos se encontraron con los de Alicia, que bajó apresuradamente del taburete y se perdió entre la ebria marea humana.
Sobre las tres y media, Alicia buscó a Héctor para que la llevara a casa, pero el Fiesta se negó a arrancar y tuvieron que volver a pie. Tendrían que dormir en un banco de la estación de Jaraque hasta que saliera el primer autobús a su ciudad. Afortunadamente, había cesado de llover.
Por el camino, Alicia contó a Héctor lo que había escuchado poco antes.
–En cuanto lleguemos al pueblo, lo denunciamos a la Guardia Civil, –contestó Héctor.
Atajaron por un descampado hasta encontrar la carretera zigzagueante que llevaba al pueblo. Iban uno detrás del otro guiados por la línea blanca del borde de la calzada, cuando Alicia escuchó a Héctor gritar. Volvió la cabeza pero ya no estaba. Escuchó un golpe y después el silencio se hizo tan espeso como la niebla.
– ¡Héctor! Gritó al aire, ¡Héctor!
Entonces oyó unos pasos.
– ¿Eres tú? Dijo Alicia tendiendo una mano hacia la noche.
El ruido de los pasos cesó y Alicia volvió a preguntar inútilmente.
– ¡Héctor, por Dios, responde! ¿Estás ahí?
A Alicia le pareció distinguir una figura a pocos pasos de ella. Era la silueta de una persona muy alta que nada tenían que ver con la de su amigo. Trataron de agarrarla por detrás, pero ella consiguió zafarse.
Volvió a correr campo a través hasta que las fuerzas la abandonaron y se dejó caer entre unos matorrales empapados.
Permaneció allí tumbada y tiritando durante un tiempo que se le hizo eterno. Poco a poco la niebla se fue disipando y un débil sol apareció por el este. Se incorporó y miró con miedo a su alrededor: Se encontraba sola. Caminó hacia su izquierda hasta que llegó a la carretera. Al fondo, una ambulancia recogía el cuerpo de un hombre caído en el asfalto. Se acercó corriendo alcanzando a ver cómo cubrían totalmente a Héctor con un plástico brillante.
Al poco tiempo, llegó un coche de la Guardia Civil y el Juez de Jaraque; colocaron a Héctor dentro de la ambulancia y ésta partió veloz hacia el pueblo.
–Señorita, dijo un Agente, acompáñenos al Cuartel. Necesitaremos su declaración.


La habitación era amplia y las persianas levantadas dejaban pasar la luz de sol. A su espalda, alguien cerró la puerta y frente a ella, mirándola con una sonrisa burlona dos hombres, ahora de uniforme, a los que reconoció rápidamente.
–Hola guapa: ¿A que no pensabas vernos tan pronto?

jueves, 13 de octubre de 2011

La gran caracola


por Marta C.


Mi tía abuela acostumbraba a guardar dentro de la gran caracola su pastillero, una caja de cerillas para encender la lumbre y un viejo sacapuntas.
La gran caracola había sido traída por un primo segundo que emigró a Chile muchísimos años atrás y ocupaba, brillante y ufana, un lugar principal en el cuartito de estar.
Yo le tenía un gran respeto, ella era grande y pesada, yo pequeña e inquieta. Si cogía la gran caracola tenía que ser con sumo cuidado y atención; mi tía abuela sacaba sus pertenencias y me ayudaba a sostenerla pegada a mi oreja mientras me miraba con atención, como esperando un veredicto.
Yo pensaba que lo que se oía podía ser debido al choque de las ondas del sonido en las paredes o, como mucho, el eco sordo al fluir la sangre en mi cerebro. Pero, al cabo de mucho tiempo, me desengañé de absurdas creencias infantiles, lo que realmente oía en el interior de la gran caracola, aquellos días de frío y nocilla, eran las olas del mar.

martes, 20 de septiembre de 2011

Noche Terrorifica

EL ÚLTIMO MIEDO

por Helena



El conductor del autobús, al hacer su relato de los hechos, contó que había anunciado el regreso porque la niebla era muy densa y las expectativas para el viaje se habían vuelto peligrosas. Se lamentaba de que la decisión hubiera podido causar en la mujer el efecto que causó pero que, por supuesto, él desconocía sus problemas personales. La verdad era que ella había pronunciado en alto “oh, no!” pero sin añadir nada más y nadie había hecho comentario alguno. De forma que dio la vuelta en el primer lugar que encontró apto para ello.


“Oh no!... ¡no!…- se decía Laura- No puedo regresar ahora. Ya se habrá dado cuenta. Me habrá estado buscando y estará furioso. Habrá bebido. No; no puedo volver ahora” .Le atenazaba la imposibilidad de avisar a su hijo de que no se reuniría con él . Le había dicho al niño que una amiga suya le recogería del colegio y le llevaría a su pueblo, y que luego llegaría ella y los dos dormirían en su casa esa noche. Pero él no la conocía, “se extrañará mucho al ver que no llego”, “se sentirá muy solo en casa de una desconocida” Y la cabeza le martilleaba. “La verdad, no sé cómo he podido llegar a esta situación; cómo lo he permitido”. “Pero hoy se ha terminado y seguiré adelante, no hay marcha atrás” “Solo tengo que pensar con calma qué será lo más conveniente para resolver esto. .Con tranquilidad. La distancia que falta no es mucha, podría seguir andando” “Realmente no se ve nada, pero tampoco esta niebla va a durar toda la noche; ya levantará. Total, la bolsa no pesa demasiado” “Pero, ¿cómo saldré de aquí...? Si digo que me quiero bajar no me lo permitirán, dirán que es muy peligroso que una mujer se quede sola aquí en estas condiciones y a estas horas. No me dejarán. La gente siempre cree saber lo que es mejor para los demás” “Si abro la puerta y salto no me puede pasar nada, no vamos muy deprisa; tiraré la bolsa primero”.
Y como lo pensó lo hizo

Iba sentada al lado de la puerta y la abrió. Y tiró la bolsa y saltó. Pero a ese lado daba la falda del monte e inesperadamente… rodó…, rodó…, Hasta que su cabeza dio con la piedra.


Y el niño que le estaba esperando, esperó.


Y todo el autobús, y todo el pueblo más tarde, lloró el accidente.
Y el borracho lloró su pérdida.


Pero aquélla pérdida no fue por accidente.
El miedo asesinó a Laura. Su último miedo.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

De repente

por Paco


Supe que no volvería tener 20 años, la mejor edad del mundo, aunque hay y hombres y mujeres, más, que te dicen que ahora es, a los 50, la mejor edad de mi vida.
¡Qué gilipollez! ¡A los 50!
Y los ves en las revistas o en la tele y cuando los miras, sus caras de hace seis meses han cambiado, y sus cuerpos aparentan más juventud.
De repente supe que me gustaría volver a los 20 años, pero sabiendo; que es un decir, sabiendo, que no es la palabra, sino habiendo vivido lo que he vivido a mi edad. Todas esas triquiñuelas, donde casi nadie, te la puede meter hasta las trancas, pero con 20 años. ¡Joder, joder!.
La hostia puta, puedes estar toda la noche follando y bebiendo, como sabes ahora, y, no pasa nada. Y transcurre un día y sigues teniendo 20 años. Un tío sano, guapete, que viaja, conoce mujeres que le follan y le pagan sus 20 años teniendo ellas 50. Y las de 15 en adelante, como dice la canción que tiene mi amor.
Y verte así, guapo, fuerte, con dinero y sino hay, no tengo problema, voy a buscarlo a cualquier buen hotel. A que me paguen mis servicios, como digo de 20 años, esas, que dicen estar en la mejor edad de su vida.
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De repente dejo de escribir porque mi imaginación va más deprisa que mi boli. Miro al frente y miro a mi hijo, el de 20 años y a sus amigos y...
Vale, ellos tiene casa que les damos y comida y cama para dormir y algunos caprichos y...
Yo, de esos, con 20 años; 25, no, porque es un cuarto de siglo y ya vas viendo que...
Vale, 20 y sabiendo lo que sé ahora con 53 o 54...
Total quedaban 11 días de repente...

domingo, 11 de septiembre de 2011

Esperando un milagro

por Paco


Antes de escribir, se lía un cigarrillo, se pone el último culito de whisky de la botella en un vaso con mucho hielo para verlo lleno y se da cuenta de que no puede.
No puede, porque para que continúe pagando el recibo de la luz o el agua o el IBI, tendrá que aparecerse la virgen. Y eso solo de la casa en que habita con su mujer, la cual le dio sus dos hijos ya mayores.
No se olvida del seguro ni del mantenimiento de un coche que no puede vender, porque esta cargado de multas y el impuesto de circulación, no lo paga. Los ladrones del ayuntamiento, no le pueden robar, porque no tiene cuenta bancaria. Bueno sí, una compartida con su mujer, pero en la que no figura su nombre.
A su mujer le dio una empresa con la que construyó cinco pisos en un pueblo cerca de Madrid. Al principio, la vendedora, que vivía en ese pueblo, le dijo que estaban todos vendidos. Una quimera. Solo se han vendidos dos, uno de ellos a la vendedora.
La caja de ahorros acecha y cobra un potosí. Del dinero que le dieron en esa caja para terminar la construcción, le quedan unos cuantos miles de euros. Digamos como mucho ¿dos años?
Intenta encontrar trabajo, pero a un tío de su edad, no se lo dan y si lo hacen, el gobierno le robará una parte, como hacen siempre.
Su hijo mayor trabajaba en casa, como teleoperador de una empresa que acaba de quebrar y, su jefe al que conoce, le debe una indemnización que no cree que le pague. El otro hijo, el pequeño, no tiene trabajo, aunque toca de puta madre la batería en dos grupos.
Su mujer trabaja cuidando a su madre, a su padre y de cocinera a su vez para su hermano, que vive en casa de sus padres y que también limpia. Le dan un dinero lamentablemente escaso entre el padre, ese hermano y otro. Su hermana se murió alcohólica.
Termina de escribir esto de un tirón, deja el boli sobre el cuaderno abierto, da una calada al cigarrillo y bebe. Para de escribir.
No quiere recordar el pasado tan lejano, tan humillante con sus propios hermanos a causa de la herencia. Que les den por culo ya son nada.
Él no piensa en sí mismo, piensa en su mujer y en sus hijos y cuando piensa en él, cree que podría huir y estar solo, más que nada para no molestar, cuando lleguen tiempos peores, escribe, mientras lo piensa. Pero se da cuenta de que necesita un bidé, porque después de cagar,tiene que limpiarse el culo con agua y una esponja a causa de una fístula mal curada.
Se ríe recordando que cuando fue al médico para quitarle el setón, aún colgante, y cerrarle el agujerito por donde se sale siempre un poquito de caca, le dijeron que había muerto. Antes de llegar a esas manos casi salvadoras, le atendieron tres médicos más, con tres operaciones cada uno.
No cierra el cuaderno una vez escrito y leído esto, se lía otro cigarrillo, va a la cocina a por una botella de vino, se bebe la mitad de un trago largo, largo y tiene una idea. Le pedirá a su mujer que en el agujerito, le ponga unas gotitas de ese pegamento milagroso... pero que no llegue al ano.
Cuando imagina a su mujer así, abriéndole el culo, sonríe, mientras sigue esperando el milagro y pasa la vida.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Noche terrorífica



Estuvo con nosotros...aunque no pudo venir.



UN MIEMBRO MÁS


por Ricardo



Baja la escalera de acceso al almacén, necesita reponer el material en falta, y como siempre, lo hace al finalizar la jornada, la rutina se ve interrumpida por una sensación incomoda, intuye que hay alguien más, ese estremecimiento al notar el aire frio en la nuca, sintiendo una mirada; el respingo viene acompañado de un giro de cabeza, nadie; como era de esperar la soledad es su única compañía, como siempre; por el rabillo del ojo cree ver una sombra que se mueve, otro giro de cabeza; de nuevo, nadie. Sube las escaleras con el corazón encogido, sus manos están tan vacías como cuando bajó, pero no se da cuenta; tiene que darse prisa, esta noche tiene una reunión en el bosque con sus camaradas.
La hora es la acordada, comienzan a llegar, se reúnen todos formando un círculo. Reconoce a la mayoría pero desconfía de todos, hoy es el gran día o mejor la gran noche, hoy espera verlos como realmente son.
A medida que cada uno va desarrollando su trabajo sus caras se van trasformando, sus cuerpos mutan en formas extrañas, sus voces alcanzan tonalidades no oídas antes.
Su corazón ha dejado de palpitar hace tiempo, tiene la piel tan erizada que le duele, el aire se ha vuelto frio, el silencio se adueña de la noche, ya no ve ningún compañero, todos han desaparecido, únicamente una figura delante mira con ojos inquisitivos, penetrantes, le hace estremecer; de su boca sale un espeluznante grito mientras la figura se transforma en una enorme bestia; una especie de corriente eléctrica recorre su cuerpo, desde sus pies hasta su cerebro, pierde el conocimiento.
El espejo no devuelve la misma figura que esta mañana, el escalofrío llega cuando se reconoce.

martes, 6 de septiembre de 2011

Noche terrorífica

Hace unos meses nuestro Colectivo Literario Renglones de Ficción disfrutó de una terrorífica velada. Noche de junio, buena compañía, un monte donde acomodarnos, unas linternas para alumbrar los papeles donde habíamos plasmado nuestras historias y muchas ganas de pasarlo bien...con o sin miedo. Ahi va uno de los relatos...¡uuuuhhhhh!!

EL TREN CORREO

por Federico

Durante todo el día, el tren correo ha ido dejando la carga en su lento y mil veces interrumpido caminar, hasta llegar al final de su trayecto, Andújar. Son las dos de la madrugada del día 30 de noviembre de 1943. Todas las mercancías del vagón principal, entre las que se encuentra un reluciente ataúd negro y la saca con la paga de los empleados, son descargadas en el almacén-oficina de Tomás Ibáñez, el Jefe de Estación.
Tomás, coloca la saca del dinero en la caja fuerte de su despacho, cierra con llave desde dentro la puerta de la oficina y se sienta delante de su escritorio para redactar el parte del día. Esa noche tiene guardia y trata de relajarse leyendo el periódico que acaba de llegar en el tren.



A esa misma hora, Ramiro Ramos trabaja en su despacho de la estación de Mediodía de Madrid. Aunque al día siguiente cumplirá sesenta y cinco años y se jubilará, es incapaz de irse a su casa hasta no haber comprobado y cerrado los inventarios de carga de los trenes-correo que parten diariamente de esa estación.
–El último impreso y se acabó por hoy, piensa en voz alta. Fija sus enrojecidos ojos en la lista:
. Bicicleta Thoman azul, peso nueve kg, destino Manzanares.
. Silla madera nogal, peso cinco kg, destino Santa Elena.
. Ataúd negro, peso ciento veinte kg., destino Andújar.
–Es el segundo ataúd de esta semana, –recuerda.
Sigue leyendo: valija, peso diez kg.
–Esta es la paga de los empleados, –piensa. A la derecha de la máquina de escribir un periódico de la tarde, abierto por la página de sucesos le llama la atención; Un peligroso asesino, recién fugado de la cárcel, ha sido visto en los alrededores de la estación de Mediodía de Madrid, donde se ha vuelto a perder su pista.
Ramiro acaba su trabajo y sale del despacho. Como siempre es el último en abandonar el trabajo.

En la estación de Andujar, Tomás Ibáñez nota sus parpados muy pesados y sin poderlo evitar apoya la cabeza sobre la escribanía y se queda dormido. Tras él, en el almacén, solo el reflejo lejano del flexo del escritorio atraviesa tenuemente la oscuridad que envuelve un sinfín de paquetes, bultos de formas dispares y al ataúd recién llegado.

En Madrid, Ramiro Ramos sale a la calle y camina hasta su casa. Es una noche muy fría y se sube el cuello del abrigo hasta las orejas; después hunde las manos en la profundidad de los bolsillos.
El sereno le sale al encuentro y le saluda cordialmente buscando la propina. Como siempre, echan una parrafada en el portal antes de despedirse.
Ramiro no ha cenado. No lo hace casi ningún día desde que Emilia, su mujer cogió el tren hacia la eternidad. Se prepara un café y se sienta en una silla de la cocina a tomárselo. Pone la radio pero hace tanto ruido de interferencias que la apaga enseguida. Aflojándose el nudo de la corbata se dirige a su dormitorio, frió y vació como de costumbre.
Por el pasillo piensa en lo que le espera al día siguiente; será el último día de un trabajo rutinario que le convirtió en un hombre rutinario.
–Estaría curioso que mañana transportáramos otro ataúd. Ya serían tres en esta semana, cavila.
Entonces se para y enarca las cejas. Recuerda: ataúd negro, peso ciento veinte kilos destino Andújar… peso ciento veinte kilos?
Ramiro se pone el abrigo y sale apresuradamente de su casa.

En la oficina del jefe de estación de Andujar, Tomás Ibáñez sigue dormitando. Detrás de él, el ataúd parece cobrar vida.

Ramiro Ramos se dirige apresuradamente a la oficina de comunicaciones de la estación y se sienta delante del Telégrafo. Apoyando la palma de la mano derecha en el pulsador comienza a transmitir.

En la estación de Andujar, el receptor de código Morse empieza a emitir una serie continua de sonidos cortos y largos. Tomás escucha como en sueños la transmisión y traduce mentalmente el mensaje que llega.

¡Cuidado con el ataúd; cuidado con el ataúd; cuidado con el ataúd!
Ibáñez se despierta sobresaltado, levanta la vista hacia el espejo que se encuentra en la pared sobre el escritorio y ve reflejada la figura de un hombre corpulento, con una pistola en la mano, avanzando hacia él. Detrás del hombre, el ataúd abierto.
Como impulsado por un resorte abre el cajón, saca una pistola y dispara tres veces. Mientras cae al suelo oye el espejo romperse en mil pedazos. Después, todo se detiene.
Cierra los ojos y escucha. El ruido de un cuerpo al caer sobre la tarima le certifica que ha alcanzado el blanco. Se incorpora y contempla al hombre tendido boca abajo sobre un charco de sangre. Lo voltea ayudándose de un pie y comprueba que está muerto.
En una esquina del despacho, el telégrafo sigue insistiendo:
¡Cuidado con el ataúd; cuidado con el ataúd!

sábado, 27 de agosto de 2011

¡¿QUÉ?!



por Paco


Transparenta el vaso un ¿vacío? que hace ver la plateada forma de una cucharilla.
La mano que lo posó sobre la mesa que sostiene el vaso y la cucharilla, solo será un recuerdo del que una vez lo vio.
No ¿existirá? ni vaso, ni cucharilla, ni mesa, ni silla; donde la mujer que posó el vaso sobre la mesa tuvo una forma.
Si este escrito no lo lee nadie, jamás se podría imaginar que hubiera existido una mujer, que sentada en una silla ante una mesa, se tomara un liquido llamado café que contenía un vaso con cucharilla dentro.
Y menos que fue un recuerdo del que una vez lo vio.
Ahora bien, lo bonito del asunto es crear, ponerle forma, al que esto escribe y a la mujer que paladeó el café que tuvo el vaso, quizá inexistente, aunque tú lo puedas ver.

jueves, 25 de agosto de 2011

Puch Carabela


por Marta

Nos dejó un tres de noviembre, precisamente el mismo día que había venido al mundo. Coincidencias de la vida…pero es que, por muy amargo que sea, en ningún sitio está escrito que no puedas morir el día de tu cumpleaños.

Y es que los años de mi abuelo fueron setenta y cuatro años de coincidencias. La de nacer el año que estalló la guerra, la de tener exactamente los mismos ojos turquesas de su madre y la de que una de sus primas fuera su media naranja. Una media naranja de las de verdad, de las que sabes que existen pero nunca te tocan a ti.

Era un amor en calma; de interminables pasodobles en la plaza del pueblo, de leche con magdalenas para desayunar y de dos huevos pasados por agua a la hora de la cena. Un amor tan intenso que me gusta pensar que traspasó su piel para instalarse en sus cromosomas. Sus descendientes lo hemos heredado al nacer y en mi caso mi propio abuelo lo alimentó con sugus y caramelos de café. Y es que la pasión hacia los nietos es la más dulce que hay.

Ahora veo su Puch Carabela a lo lejos en el campo y siento como si nada hubiera pasado. Como si la acabara de dejar allí y se hubiera puesto “a sus labores”. Quieta y silenciosa desde que él la aparcó en ese lugar. Y es que, según me acerco, me da la sensación de que la moto sigue esperándole y se resiste, orgullosa y terca, a acompañar a su dueño. Pero tiene que entender que nunca volverá. Y por mucho que le cueste tendrá que asumir que los días de huerta, de caminos y labranza pertenecen al pasado.

Enfilo la senda en su moto, esta vez a los mandos, el sol está cayendo frente a mí, deslumbrándome con sus rayos…quizás por eso se llenan de agua mis ojos turquesas.

martes, 23 de agosto de 2011

La vieja

por Paco

Aquella mujer tiene unos 70 años. Me pide que le lleve su carrito de la compra. Acepto, pero una vez cargado su coche, me ofrece que le acompañe a comer a su casa. Vuelvo a aceptar, una vez que le dije a la parienta dónde iba. Me prepara un martini como los de James Bond y qué hombre, Paco, qué hombre. Lo conocí en Málaga, pero eso es otra historia, díjome, refiriéndose al viejo escoces.
Pero la verdadera historia vino después de tomarnos unos cuantos de esos martinis, cuando se emborrachó conmigo.
Cuenta que nació en Brasil y que gracias a Dios no pasó penurias económicas, pues sus padres, etcetcetc. Luego se casó y vino su pérdida como persona; ya sabes, siempre atenta al marido hijoputa que golpeábame y nadie me podía ayudar. Una amiga tuvo la solución. Vino a casa estando él y hacía como vendedora de champú. Le dio un bote ese pelo tan lindo, tú sabes, qué marido, qué suerte tienes, decía insuándose a ese comelágrimas.
Mi marido dejó el bote en el baño tres largas semanas. Al fin lo usó. Oí sus gritos y un golpe en la bañera. Sabía que moría ese gran hijoputa. No subí a ver su muerte.
Mientras las hormigas se terminaban de comer todo su cuerpo, llamé al mejor restaurante de la ciudad y luego pedí tres bois de esos que follan pagando, tú sabes y lista. Al volver a casa, no quedaban nada más que los huesos y los enterré 15 kilómetros lejos de casa.
Al pasar dos días, denuncié su desaparición a la policía, llorando, claro. Fui libre de un cabrón y ahora soy millonaria.
Me tengo que ir, la dije, me llama mi mujer.

domingo, 21 de agosto de 2011

Relatos Fantásticos II Quimera (del libro RelateAndo)


por Walda


En un lugar sin nombre, Clara y otros compañeros de una ONG, reunieron a varios miles de niños, todos huérfanos de las guerras de África y Oriente. Pidieron ayuda al mundo, necesitaban alimentos, ropa, medicinas...Los días iban pasando y la ayuda no llegaba, los alimentos se terminaron, y las risas, los juegos y canciones, se fueron acallando.
Clara tenía los ojos cerrados, estaba agotada, el pelo humedecido sobre la cara, el calor empezó a ser insoportable bajo los toldos. Creyó oír un ruido lejano, pero lo achacó a su debilidad, el sonido se hizo más intenso, el sol se ocultó tras los helicópteros que poblaron el cielo anunciando el maná de la vida. Estimulada por la alegría, salió de la tienda, y tras ella, algunos niños que aplaudían y enviaban besos a los pilotos. Las cajas caían a centenares. Abrió una, y aparecieron unas muñecas preciosas, usadas, pero arregladas para la ocasión, en la siguiente, coches y camiones con pilas nuevas para disfrute de los niños, en otra, pelotas y balones, algunos firmados por famosos futbolistas, juegos de mesa, maravillosos peluches...Y cuando no quedaba ninguna caja por abrir, y los juguetes aparecían amontonados de una manera desoladora; Clara rompió a llorar. Pero sucedió, que los juguetes revivieron, y cada uno eligió a un niño, y una muñeca preciosa con ropa de diseño abrazo a Clara, y nunca más volvieron a sentir, hambre, frío, calor...

miércoles, 17 de agosto de 2011

Relatos Fantásticos I La Cámara Séptima (del libro RelateAndo)


por Walda



Cuando el poderoso rey de Oriente tuvo que abandonar el palacio para visitar a su hermano enfermo, llamo a su mujer y le dijo: Toma estas llaves, con ellas podrás abrir las cámaras secretas del palacio, todas, excepto la puerta número siete.
La mujer esperó a que llegara la noche, y cuando todos dormían, decidió averiguar que misterio guardaban aquellas habitaciones.
Abrió la primera puerta, y tuvo que taparse la cara: el brillo de tanta riqueza la deslumbró. Brazaletes de jade, oro, turquesas, tapices de seda, rubíes...
En la segunda, sobre una piedra de esmeralda, había una vasija con el elixir del amor. La tercera contenía un libro con todos los trucos para preparar pócimas, y acabar con cualquier tipo de enfermedad. La cuarta, el Espejo de la Sabiduría, en él se reflejan todas las cosas del cielo y la tierra, quienes lo poseen, lo saben todo, y nada les está oculto. La cámara quinta, guardaba un sin fin de pequeños tarros, que aplicados ordenadamente, garantizaban la belleza eterna. En la sexta, una maravillosa bola del mundo con todas las ciudades, palacios y posesiones del rey.
La mujer estaba impresionada, miró la puerta número siete, y se pregunto--¿Qué maravilla ocultaría aquella cámara, que su marido no le quería mostrar?
La galería estaba vacía, nadie la podía ver, decidió abrirla. Ante ella...surgieron cuatro estatuas de bronce. Montados sobre caballos cuyas patas delanteras no tocaban el suelo como si se hubieran encabritado, cuatro jinetes de apariencia siniestra, vestidos con capas ondeando el viento, y con la cabeza cubierta con capuchas miraban fijamente la entrada. La mujer espantada quiso retroceder y cerrar la puerta... pero en ese momento, las estatuas tomaron vida, y el jinete que llevaba el arco lo disparó sobre ella, y los cuatro salieron veloces; causando la muerte el hambre y destrucción en todo el reino.

martes, 16 de agosto de 2011

El inmortal (del libro RelateAndo)

por Paco

Pues nada que hablando esta Semana Santa con Antonio en el bar de Juan entra uno y pide un vinito blanco.
Hombre Fernando, qué tal vas, dice Antonio y Juan a su vez le saluda. Le doy la mano y le miro pensando qué tío tan raro.
Hoy me he dado cuenta de una cosa importantísima, dice Fernando. Mis ojos preguntan qué pero el de los otros nada, porque no le miran. Juan limpia y Antonio se lía un cigarro.
He vivido 3.000 años, así, con números, uno tras otro.
¿Cómo es eso? Ni que fueras vampiro, le digo.
No hablas del diablo, porque lo conozco pues soy inmortal.
Mirada a Juan y a Antonio que ven la televisión, donde lloran los que no han podido salir de procesión. Oye ni puto caso a Fernando.
De repente ha cogido un cuchillo junto al jamón que nadie le pide a Juan y se lo ha clavado.
¡Joder, todo lleno de sangra! Dice Juan. ¡Coño, ten más cuidado, me has pringado!, dice Antonio.
Me echo las manos a la cabeza y oigo el pock de su cuerpo contra el suelo. Bebo mi vino nervioso y pido otro.
No te preocupes, Paco, machote, ahora se levanta. Siempre que viene Semana Santa lo hace, pero ya nadie le hace caso. Luego desaparece y vuelve al año siguiente.
Oye, se levanta, se va y no he podido preguntarle nada, nada.

domingo, 14 de agosto de 2011

Después de comer (del libro RelateAndo)

por Paco


Leía mi persona un librito de cuentos de puta madre de autores varios, pero se quedó dormida.

El tiempo, (que siempre digo que no existe, porque no te enteras de lo que duermes, sino tienes reloj, de ahí que no contara cuanto dormí) de sueño se rompió, cuando Canijo y Púa ladraron, porque entró el vecino a su casa y vi su estela pasando, aunque no llegué a verle.

Entonces me di cuenta que me dolía el brazo derecho y lo achaqué a la postura, pero no, cojones que pica y duele detrás, ahí en el músculo.

Llegó Susana y mientras comíamos la dije: me ha picado algún bicho y mira y dijo: ¡Joder, qué ronchón enorme!

Duele mucho, debería ir al médico, pero tanto calor y comida:¡siesta!. Otro día el médico, y ella, deberías no dejarlo como siempre porque es muy grande.

Viene la noche y regresa Jorge de Galicia con Andreas y a dormir poco después.

Vueltas en la cama dormido y sale el bicho que me picó de la herida del brazo, revolotea junto a la cara de Susana y en cada vuelo, el rostro de ella se parece
más al que conocí hace 26 años.
Antes de que ella despierte se hace de día y ¡madre mía, su cuerpo también tiene la misma edad!
¡DIEZ Y NUEVE AÑOS

Ahora miro el reloj y pienso que si tengo más bichos en el brazo, que sí, porque lo noto, puedo hacerme millonario y pagar a la Caja de ahorros ladrona lo que se debe y un montón de pensamientos atropellan mi cerebro y cerebelo y me voy a decirlo a la Universidad de Medicina
y cuando bajo al coche, veo el arcón y el agujero y me dice una voz:
¡Nadie te hará caso!

Y una polla, seas quien seas el que me habla. Iré a la tele y ya verás.

Lo que ocurrirá como no lo sé no lo puedo contar.

viernes, 12 de agosto de 2011

Mini-relatín refrescante y un poco nostálgico

Mil roces cálidos; mil veces al agua: de bomba, en montón, de la mano, sin salpicar, con voltereta, de uno en uno..

¡Quién lo volviera a pillar!

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(Semi-digresión a media voz dedicada a Briones: lo revivo todos los días, cuando ya no queda nadie en piscina; solo me faltan los roces cálidos)

Cristina

jueves, 11 de agosto de 2011

Como un héroe (del libro RelateAndo)


por Martha




Olegario Andrade era el hacendado más poderoso que había al sur del Río Negro que divide en dos a Uruguay.
Un día, nadie sabe porqué, se subió a la azotea de su casa negándose a bajar. Enarboló la bandera nacional en un palo. Ya estaba instalado.
La casona era grande, de dos pisos, con altillos en la parte superior. La construyeron hacía un siglo en una elevación del terreno; se avistaba desde muy lejos.
Desde allí dirigía la estancia y a la gente. Poco a poco se fueron acostumbrando a esa rareza del patrón. Le alcanzaban todo lo que necesitaba.
Se acercaban a pedir órdenes, a comunicar eventos; todo, a los gritos.
Cuando algún hacendado vecino cabalgaba hasta allí a comprar o vender ganado, las transacciones se hacían desde arriba, siempre un ayudante diligente correteaba por la escalera que hizo instalar, con documentos y papeles. De la misma manera le subían la comida, que era casi siempre la carne asada que es la comida diaria de los gauchos.

Su mujer lo dio por perdido. Le tejía chaquetas y bufandas con la lana merina de sus ovejas, para que pasara el invierno.

Ya no se hablaba en esos pagos, como es costumbre en el campo, refiriéndose al tiempo, “antes del gran temporal”, “cuando el río se desbordó”, ahora la referencia para los acontecimientos era la manía del patrón.
Antes, y después de su manía.

Una mañana vio desde su atalaya, un jinete a galope tendido, sudoroso, desencajado, era el domador de la finca vecina. Portaba la noticia de que habían avistado una manga de langosta de varios quilómetros.

Ordenó encender hogueras por todo el campo, hizo que le subieran cacerolas y cucharones para ahuyentarlas con el ruido.
A la caída de la tarde desde su posición de vigía, las vio venir; el horizonte estaba oscurecido por una enorme nube negra, asomándose dio la voz de alerta.

Su mujer desde el patio le suplicó que bajara.
No la escuchó.
Ahí está, le explicó a la familia, como un loquito, golpeando cacerolas y agitando sábanas.
Ella cerró la mansión a “piedra y lodo”, pues es sabido que las saltonas se cuelan por cualquier lado.
La gente del campo, con latas, palos y cornetas, armó una batahola infernal. Los insectos llegaron por millones con su consiguiente ruido, sus mandíbulas trituraban sin cesar. Lo más asqueroso es que se pegaban al pelo y a la ropa. Las madres escondieron a los más pequeños en las casas.
No hubo tiempo de recoger la ropa de la colada puesta a secar.
Cuando días después la plaga se levantó, no había nada, ni trigo, ni maíz, ni la alfalfa sembrada para el forraje de los miles de cabezas de ganado; los árboles frutales y los ornamentales quedaron pelados. La ropa colgada en las sogas, desapareció.
Las gallinas comenzaron a poner huevos de yema colorada con un sabor repugnante; se habían dado un banquete de saltonas.

Don Olegario en la azotea gesticulaba y saltaba, totalmente desnudo, le habían comido la ropa. ¡Hijas de puta!, gritaba, mientras se tapaba sus vergüenzas con las manos, ¡las parió, qué invasión!
Era un espectáculo. Del pabellón patrio quedaba solo un jirón prendido al mástil.
Perdidas sus posesiones aéreas no le quedó más remedio que bajar, abrazado a lo que quedaba de la bandera. Abajo lo esperaba la familia y el gauchaje, entre vítores y aplausos. En loor de multitudes.

lunes, 8 de agosto de 2011

Un par de zapatos (del libro RelateAndo)


por Helena


Allí estaban, limpios y brillantes.
Usados en tantas ocasiones especiales, tanto tiempo guardados.
Con su aire siempre distinguido, con su dignidad preservada entre los marcados pliegues de las punteras; con las arrugas exactas en su memoria.
Con tantos y tantos pasos sobre su cuero como dieron mis pies; con toda la paciencia con la que siempre soportaron mi peso, mi arrogancia, mi miedo…

Ahí estaban aún.
Me los calcé despacio y caminé un poco: Siempre suaves y cómodos… ¡Se adaptaron a mí!, su horma fue creciendo a la vez que crecían y se endurecían los huesos de mis pies y cuando se deformaron las huellas de mis plantas… Fuertes y resistentes. Cuidados, sí… ¡pero qué resistentes!

Bajé al salón.
¡Viva el novio!, gritaron nuestros nietos. Y, radiante, apareció su abuela. “¡Viva la novia!”, aplaudieron.
Ahí está mi mujer -pensé yo-, decidida y enérgica; caminando hacia mí desenvuelta, elegante…, sonriendo confiada; en la total certeza, en el asombro de saber que la amo y de que soy feliz por ella amarme”
Cuando nos pidieron que bailáramos un vals ese día de nuestro cincuenta aniversario ambos descubrimos que llevábamos puestos los mismos zapatos que en aquél de la celebración de nuestro matrimonio.

Y nos deslizamos sobre ellos tal y como habíamos recorrido hasta entonces aquél largo camino: Apoyándonos el uno en el otro al compás de la música.





viernes, 5 de agosto de 2011

JE, JE

por Paco

dedicado a María

Aquel muchacho llamaba a su amigo que no sabía quién era. Le acompañé y le estuve dando el coñazo haciéndole reír. No sé si fue su aliento o el mío el que olía a muerte. La muerte que a nuestro lado quería cogernos, tan jóvenes.
Para algunos hay esperanza por venir, me dijo Eufrasio muy serio. Y luego contó que sí, me he dado cuenta de mi aliento y no es el tuyo, no, pero voy a cambiar esta situación ¿tienes a alguien que odies?
Buf, no quiero odiar a nadie,pero el director del banco me tiene hasta los huevos y hace mal las cosas, no sé si aposta.
Vamos a verle y en dos días te lo cambian.
Allí estábamos Eufrasio y yo. Al presentarle a Segis, le echó su pestilente aliento y dándose la vuelta asqueado, Segis,dos minutos después, se rascaba la teta derecha con los ojos fuera de las órbitas. Alarmado, llamé a Jesús, el subdirector para que viniera una ambulancia.
Al salir del banco le dije a Eufrasio:¡joder,antes de tiempo!.Sí, bueno, aún no tengo este superpoder bien preparado.Pues ahora no te huele mal ¿No te he dicho que cambiaría la situación? Al dirigir el aliento a la persona elegida, en dos días no me huele. Y ya he visto, que con los más cabrones, actúa antes.
Oye ¿con las mujeres también?
Es extraño, pero las mujeres solo se enamoran de mí y además me lo dicen: me he enamorado de ti.
Pues qué suerte ¿no?. No siempre, no siempre, dijo.
Este es uno de los primeros recuerdos que ahora tengo de él, pero le estoy eternamente agradecido, porque al exhalar su último aliento, el día que le atropellaron, me besó en la boca y me traspasó su poder.
¡JE,JE!
GRACIAS MARÍA

miércoles, 3 de agosto de 2011

El secreto del baúl (del libro RelateAndo)


por Ricardo

El almacén, en el número veintinueve de la calle de Santa Ana, esta poco iluminado y peor ventilado, el desorden se aprecia como norma básica de depósito para cualquier objeto que entre allí.
Encima de una silla, imitación Luis XVI, se muestra orgulloso un magnetofón de doble pletina encastrado en su caja que, jura la propietaria, perteneció a los servicios secretos, añadiendo en un susurro:
-Las cintas no están borradas.
En la cima de una pila de objetos, en equilibrio inestable y vigilando todo el almacén, se muestra altivo, en su maletín y sus ocho discos de pizarra, un gramófono grippa de 1930, con el que la propietaria, me cuenta, deja boquiabiertos a los más jóvenes que lo ven funcionar sin pilas ni electricidad.
Mientras caminamos me explica las excelencias de aquella mecedora, este calibrador o aquel sombrerero, y mi mirada se detiene bajo una columna de maletas y flecos de cortina donde se muestra un baúl de cuero, que en primera impresión aparece ajado, pero bajo una mirada más atenta está roto y destartalado; sin embargo, el encanto de su labrado y la suavidad de su tacto me enamoran; su calor pasa a mi mano y recorre el brazo y el cuello llegando a la nuca; tratando de no mostrar mis emociones me alejo, haciendo que lo que fue un escalofrió aparezca como una mueca de disgusto exagerada frotándome las yemas de los dedos para quitarles el polvo.
Al final del recorrido disfrazo mi interés en el baúl, agrupándolo con otros objetos que me encajan para acondicionar un viejo salón; la propietaria marca un precio que rebajo sustancialmente y después de sostener su mirada unos instantes, acepta a regañadientes.
Ya en casa disfruto de mi reciente adquisición; lo contemplo e intento descifrar su mensaje, pero no entiendo lo que parece trasmitir; no sé dónde colocarlo y acaba en mi despacho sobre la mesa auxiliar huérfana de fax por desuso.
Mientras pienso que podría ser el receptáculo perfecto para todas esas carpetas y legajos de papeles antiguos que rondan por estanterías y cajones, lo abro y en un desgarro del forro, veo la esquina de un papel que juraría antes no estaba ahí; papel viejo, pero inmaculado, parecía que nadie antes lo había leído; se me eriza el vello, me da la impresión de que ninguna mano lo había escrito, me dispongo a leerlo.
El relato no era nada original, contaba las sensaciones del primer día de colegio de un niño de seis años, en la España de los años sesenta; me sentí identificado, no era extraño, yo había asistido a un colegio idéntico con un profesor similar. Me llevo un tiempo despegar ese papel de mis manos, al fin, lo guardé en un cajón.
Al día siguiente retomé mi decisión de preparar el baúl como pequeño almacén, pero de nuevo volví a ver un papel bajo el forro, lo tomé entre mis manos y tuve que sentarme, ya que me empezaron a flaquear las fuerzas, era otro relato, este sobre una máquina de recuerdos que manejaba un hábil cirujano; esto es cosa de la cabeza, me dije aturdido, salí a dar un paseo y despejarme; esa noche no pude dormir.
Las ocupaciones diarias me dieron una pequeña tregua, pero al entrar en el despacho y mirar el baúl, mi corazón empezó a latir con fuerza, levanté la tapa y vi otro papel bajo el forro, este relato es sobre una niña que toma aceite de hígado de bacalao, me desmayé.

La tranquilidad de la rutina me hace gozar; después de varios años y de algunos cursos sobre narración, he aprendido a disfrutar de mi baúl.
Hoy, después de haber leído mi relato en el taller de creación literaria, me ha parecido ver el guiño de complicidad en una de mis compañeras cuando ha leído el suyo.

sábado, 30 de julio de 2011

Mañana sin falta (del libro RelateAndo)




por Federico



Sobre el sillón de plástico agrietado se amontonaban los medicamentos. Cajas de todos los tamaños y colores. Tabletas, píldoras, comprimidos y cápsulas sueltas proliferaban entre ellas. El sofá era territorio de libros y revistas desordenados. El sol apenas podía penetrar a través del balcón cerrado por cristales opacos de mugre. El resto de la casa estaba igualmente desordenado y sucio, camas sin hacer, cocina abarrotada de cacharros grasientos y en el cuarto de baño los sanitarios habían dejado de ser blancos hacía mucho tiempo.
Arturo fumaba un cigarrillo de picadura sentado en el suelo del dormitorio. Con la espalda apoyada en la pared, frente a la escalera que llevaba al desván y la mirada fija en la fotografía de Adela. Le gustaba recordarla a través de esa imagen, que la mostraba sentada en una mecedora de mimbre, con veintiún años recién cumplidos; dos días después de la boda y en pleno viaje de novios. En esa foto podía apreciar la felicidad que aún reflejaban sus profundos ojos negros. Desde entonces habían transcurrido treinta años y desde que Adela le abandonara, dos.

Arturo empujó la puerta del bar. Eran casi las tres de la tarde y varias mesas habían quedado libres al fondo de la barra, donde la cocina se hacía más presente a través del espeso olor de la freidora, que no distinguía entre carne o pescado. Arturo se sentó y al momento un plato de sopa de cocido humeó delante de su cara.
– ¿Vino? –Preguntó Elías.
–Sí, claro.
El bar de Elías, pese a ser muy viejo se conservaba limpio y salvo el olor de la cocina durante las comidas, era un lugar de agradable encuentro para los vecinos y donde las partidas de mus de las tardes se habían hecho famosas en el barrio. Arturo llevaba dos años sin participar en ellas, aunque permanecía en el bar hasta las ocho, hora en la que los jugadores se levantaban de las mesas y Elías colocaba sobre ellas los tapetes de papel a la espera de servir la cena. Entonces él también se levantaba y salía a la calle, para hacer el recorrido habitual por las otras tabernas de la zona hasta que, cada día más o menos a la misma hora, algún amigo o vecino le ayudaba a subir a su casa completamente borracho. En ocasiones no llegaba hasta la cama y dormía en el suelo del salón o sentado a la mesa de la cocina con la cabeza apoyada en el tablero y los brazos colgando a ambos lados de su cuerpo.

Y al despertarse veía la escalera, que se proyectaba hasta el desván a lo largo de catorce estrechos escalones de madera carcomida, aferrados a una titubeante balaustrada. Abajo, él y su secreto. Arriba, en la oscuridad del desván, entre viejos objetos que traían recuerdos irrecuperables, Adela, desde hacía dos años sentada y quieta en la mecedora de mimbre que tanto le gustara.
Entonces subía como todas las mañanas y ventilaba la estancia. Después peinaba los escasos cabellos de Adela, se subía al taburete y comprobaba la firmeza de la cuerda atada a la viga central, que llevaba dos años esperándole.
Lo haré mañana –pensó mirando el nudo corredizo. Y salió a deambular por las calles, pasar la tarde en el bar de Elías y terminar el día borracho.
–Lo haré mañana después de haberte perdonado.
–Sí, mañana sin falta.

miércoles, 27 de julio de 2011

Persecución (del libro RelateAndo)


por Luis


Estaba muy cansado. El trabajo se complicó, motivo por el cual tuve que prolongar unas horas más de lo habitual mi jornada. Era viernes y me asaltó la idea de perderme el fin de semana fuera de la ciudad.

Dispuse lo necesario, pero según viajaba, haciendo recuento de algo que podría haber olvidado, me di cuenta que no había echado mis pastillas, ya no podría tomarlas hasta el lunes.

Alquilé una cabaña rural, situada en un valle al pie de una enorme montaña. Según me aproximaba y me internaba en el bosque, se acrecentaba en mí el deseo de llegar a la casa que iba a cobijarme esos días. Hayas, robles, tilos…y, otros arbustos como retamas, zarzas, acebos…, conformaban la espesura del trayecto que me llevaba a una casa de madera de enigmático aspecto. Me llamó la atención la variedad ornitológica que me fui encontrando en el camino. Divisé la casa y observé que estaba encendida. Al llegar a la puerta de entrada e introducir las llaves, intenté girarlas pero, la cerradura estaba abierta. Entré con cierta aprensión. Todo parecía en orden. No observé ningún estigma que pudiera infundirme algún miedo. Llamé, no obstante, a la persona que me lo había alquilado. Cuando le dije el estado en que encontré la casa me pidió disculpas por el olvido, aunque él habría jurado haberla apagado y cerrado-pero añadió- si hay algo que no esté en orden, me acerco a repararlo- le dije que no era necesario.

Una vez alojado, me dispuse a salir para inspeccionar los alrededores más próximos, pues quedaba poco tiempo de luz. El crepúsculo avanzaba. Los arbustos se iban fundiendo con las sombras y la dificultad de caminar era cada vez mayor. Opté por volver a la casa. Mañana, con luz podría observar mucho mejor. En el trayecto de vuelta, se oía el grajeo de los cuervos, el ulular de algún búho, el craqueo de una lechuza; todavía no se oía el canto del autillo.

Llegué, gracias a la luna llena que me asistió hasta la cabaña. Abrí la puerta y, en ese instante noté como un leve empujón pero, al encender la luz se difuminó cualquier idea que no se correspondiera con la realidad. No le di mayor importancia.

El habitáculo, estaba muy bien provisto funcionalmente y con gusto en su decoración. Noté frío y me dispuse a encender la estufa. Estaba cargada de leña. Faltaba solo prenderla. Cogí una caja de cerillas y rascando un fósforo sobre su canto, comenzó a arder. Lo aproximé a las primeras astillas y la llama invadió todo el hogar sorprendiéndome su enorme avidez. Cogí un CD del estuche. Lo coloqué en el reproductor y en pocos segundos el habitáculo se inundó de una música ¡grandiosa! “La pasión, según San Mateo” de J. S. Bach.

Me sumí en una emoción indescriptible al oír una de sus arias. En pocos minutos mi mente se transportaba a otro mundo. De repente, la música se calló, la luz se apagó y todo quedó anegado de tinieblas. Abrí una de las persianas para que la luna se acomodara en la estancia y entonces pude apreciar, tenuemente, la habitación.

De momento, no podía oír música, tampoco me acompañaba la luz, pero con un poco de suerte se restablecería. Encendí una vela, para mitigar el trabajo de la luna. Aunque la música había cesado, pude disfrutar de un silencio en estado puro tan solo interrumpido, de vez en cuando, por el canto; ahora si, del autillo y alguna otra ave que entretejían un sortilegio melódico natural.

De repente, las aves cesaron de cantar, la vela se apagó y un tul desvirtuó la faz de la Luna. Pasaron unos minutos y la luz se hizo. Inmediatamente Bach continuo desgranando arias, corales y recitativos. El bajo continuo era el contratiempo a mi imaginación desbordante.

Hice una cena parva. Abrí la puerta y observé el cielo. Estaba cubierto. El viento se levantó agitando con fuerza los árboles. En varios minutos la intensidad se elevó a cotas altísimas.

Entré a la casa. Tenía ganas de dormir. Los cristales de las ventanas y las persianas, vibraban de una forma cada vez más agitada. Abrí el ordenador antes de acostarme y me situé en la zona donde estaba la cabaña. Según decía, hubo en este sitio, hace muchos años, un cementerio que fue arrasado en tiempos de guerra con los franceses.

El sueño me podía. Caí deshecho.

Me despertó un canto de voces a las que progresivamente se le sumaban otras, de distinta tesitura, llenando todo el espectro del silencio. Asustado por las voces disonantes que iban aumentando en número e intensidad. Noté en mi cuerpo un escalofrío y el terror se adueño de mí. Llegó un momento que mi capacidad de aguante se desvanecía exponencialmente, entonces fue cuando decidí recoger mi equipaje y volver a mi casa.

Eran las tres de la mañana. Salí de la cabaña con toda la premura que mi cuerpo era capaz. Los lamentos de las ánimas me seguían. No sabía como liberarme de aquellas letales voces. Prosiguieron sin tregua durante mucho tiempo. Súbitamente, todas las voces desaparecieron.

Apreté el acelerador, pues deseaba alejarme de aquel lugar. Mi ánimo se elevó. Deseaba llegar pronto y olvidarme de lo sucedido. Aparqué y cogí el equipaje ¡por fin estaba en mi casa! Subí en el ascensor y abrí la puerta. Me preparé para acostarme. Una vez tumbado apagué la luz, dispuesto a recobrar la normalidad y, en ese mismo instante, los tormentosos sonidos de las ánimas ocuparon el dormitorio.

domingo, 24 de julio de 2011

Juzgado de Familia (del libro RelateAndo)

por Roberto




—Entonces, ¿cuándo y por qué cree Vd. que se ha producido la crisis en su matrimonio —preguntó el juez -.

— No puedo saberlo con exactitud, señoría, - contestó Raúl -. Pudo ser aquél día que decidí dar respuesta a la pregunta que venía eludiendo sobre la relación que después de quince años manteníamos. Cuando meditaba sobre ello, me pareció escuchar un “clic”- que desconectase la máquina de humo que todo lo envolvía, dejando al descubierto la realidad —.

–Quiere extenderse algo más, por favor—, continuó el juez.

Nervioso, en un tono que evidenciaba tristeza e incomodidad por tener que explicar de nuevo las razones íntimas de un fracaso, Raúl continuó:

—Me refiero a que fue entonces cuando comprendí que desde hacía mucho tiempo resultaban inútiles los intentos para comunicarnos y que debíamos admitir nuestra incapacidad para encontrarnos de nuevo.

—¿Se refiere Vd. a que dejaron de hablarse? - insistió el juez.

–No, es más complicado. Sin dejar de hablarnos, las conversaciones se reducen a monólogos deshilvanados a los que apenas prestamos atención, muy lejos de aquellas que en otro momento nunca deseábamos terminar y eran lágrimas y risas e ilusión y la causa de otras que desgraciadamente debíamos aplazar.

Trataba Raúl de hacerse entender por el juez, quien por las reacciones a lo que escuchaba parecía estar muy lejos de aceptar sus argumentos, insistiendo continuamente en que justificase la falta de comunicación a la que aludía.

Cuando había transcurrido cerca de una hora desde que comenzase la declaración, esta vez sí sonó, en efecto, un “clic”, y la comunicación se cortó repentinamente cuando el juez desconectó el micrófono de Raúl, para advertir:

–Vamos a suspender por media hora su declaración. Después continuaremos.

El juez abandonó la sala pensando en la intervención de Raúl, y ya en su despacho se dispuso, como cada mañana, a encender un cigarrillo y a llamar por teléfono.

-Sí, contestó su mujer.

–Soy yo ¿Cómo estás?

–Bien, ¿y tú?

–Yo bien, - continuó el magistrado - he hecho un alto en la Vista. Necesitaba aclarar las ideas antes de seguir. Estoy algo confundido porque el demandante aduce un argumento muy sutil, pero algo contradictorio. Me va a resultar difícil tomar una decisión ¿Tú crees que es posible que dos personas conversen con facilidad sin comunicarse?

Al no escuchar contestación a lo que comentaba, insistió: — ¿Me oyes?

Ella, que no entendía nada de lo que le había planteando su marido, le interrumpió para decirle: Pues yo llevo una mañana complicadísima; se ha enrevesado el asunto de la promotora y estoy apurada porque...

Al otro lado del teléfono el juez la escuchaba distraído, con el pensamiento aún puesto en la Sala. Mientras, se producía un silencio en la conversación que poco después fue roto por la esposa:

— Perdona, estaba buscando un documento en la cartera.

— ¿Pero me has escuchado lo que te decía? - respondió él -.

–Claro, pero es que este documento, que no encuentro por ninguna parte, lo necesito para poder acceder a los archivos de la Biblioteca Nacional.

–Bueno, esta tarde en casa podemos seguir hablando más despacio. Me gustaría conocer tu opinión, no sobre este caso en concreto sino, en general, acerca de lo que te comentaba sobre la incomunicación - finalizó el juez-

–¡Vale!, pero hoy será difícil, te recuerdo que por la tarde tengo clase de música y tú has quedado para ir a correr. Por cierto, añadió ella en un tono de voz apenas perceptible ¿te he dicho que he conseguido encontrar localidades para el concierto?

En el despacho de nuevo se escuchó un “clic” - al colgar el juez el teléfono bruscamente ¡Sabe que odio ir al concierto!- masculló-

Tras la interrupción, de nuevo en la sala de la audiencia, Raúl prosiguió con su exposición, cada vez más asustado por que era evidente que el juez permanecía distraído, ajeno a sus explicaciones. Enseguida fue interrumpido. —No hace falta que continúe—, le dijo el magistrado, que por primera vez desde que empezó el Juicio había borrado el gesto adusto de su cara. —Todo está muy claro— - añadió -.

El juez efectuó en su ordenador las observaciones pertinentes sobre el caso. Al final de aquellas había dos notas. Una, inspirada en R.Tagore: “ Iba yo caminando, no sabía por qué".

La otra, simplemente decía: “¡CON DOS COJONES¡

martes, 19 de julio de 2011

Clic (del libro RelateAndo)




por Cristina


Irene parecía distraída.
Estaba mirando por la ventana y pensaba en Juan. ¿Qué otro pensamiento podría tener en ese momento?
Al comienzo de su enfermedad, Juan, había pedido a su hermana que avisara a Irene cuando su estado se agravase y ahora, ella había recibido un correo de su antigua cuñada. Sabía lo qué Juan necesitaba de ella; tuvo muchas dudas; no quería hacer este viaje, nadie querría hacerlo; se sentía obligada, es más, estaba obligada.
Organizó su trabajo para disponer de una semana libre; hizo las reservas necesarias de avión, hotel y coche de alquiler y, por fin, dos semanas después del aviso llegó, triste, disciplinada y responsable, al Pabellón de Postrados y Cuidados Paliativos.
Ya llevaba cuatro días allí. Se turnaba con la familia de Juan y cada tarde permanecía con él cuatro o cinco horas vigilando atenta; esperando, deseando un desenlace.
Él, su organismo, tenía cuanto necesitaba pues el ordenador que gobernaba aquel tinglado de tubos, bolsas y cables realizaba sus funciones vitales. ¿Vitales?
Quizá se enteró de que ella había venido; en este momento, ella, Irene, era la única persona imprescindible porque, aunque todos conocían su voluntad, sólo ella tendría la valentía de ayudarle.
Irene parecía distraída.
Recordar el poco tiempo que vivieron juntos le producía un revuelo de sentimientos entre la nostalgia, la felicidad, el dolor y la frustración. En la actualidad su relación era inexistente pero en su momento fue muy importante, duró poco pero fue casi perfecta; sentía agradecimiento hacia Juan por todo lo que habían compartido.
Ahora ese agradecimiento y su propio sentido de la fidelidad le obligaban a actuar de acuerdo con el único compromiso que quedaba entre ellos.
¡Qué difícil le resultaba tomar esa decisión! No sería capaz.
Pensaba que no estaba cumpliendo, que Juan en su lugar lo habría resuelto el primer día y sin vacilar; con precisión habría hecho ese mínimo gesto que interrumpiría el fluir de líquidos y gases entre el cuerpo enfermo y el exterior.
No era fácil hacerlo, no podía; aunque entre ellos ya no hubiera más sentimiento que añoranza y lealtad.
Lealtad.
Clic.