martes, 20 de septiembre de 2011

Noche Terrorifica

EL ÚLTIMO MIEDO

por Helena



El conductor del autobús, al hacer su relato de los hechos, contó que había anunciado el regreso porque la niebla era muy densa y las expectativas para el viaje se habían vuelto peligrosas. Se lamentaba de que la decisión hubiera podido causar en la mujer el efecto que causó pero que, por supuesto, él desconocía sus problemas personales. La verdad era que ella había pronunciado en alto “oh, no!” pero sin añadir nada más y nadie había hecho comentario alguno. De forma que dio la vuelta en el primer lugar que encontró apto para ello.


“Oh no!... ¡no!…- se decía Laura- No puedo regresar ahora. Ya se habrá dado cuenta. Me habrá estado buscando y estará furioso. Habrá bebido. No; no puedo volver ahora” .Le atenazaba la imposibilidad de avisar a su hijo de que no se reuniría con él . Le había dicho al niño que una amiga suya le recogería del colegio y le llevaría a su pueblo, y que luego llegaría ella y los dos dormirían en su casa esa noche. Pero él no la conocía, “se extrañará mucho al ver que no llego”, “se sentirá muy solo en casa de una desconocida” Y la cabeza le martilleaba. “La verdad, no sé cómo he podido llegar a esta situación; cómo lo he permitido”. “Pero hoy se ha terminado y seguiré adelante, no hay marcha atrás” “Solo tengo que pensar con calma qué será lo más conveniente para resolver esto. .Con tranquilidad. La distancia que falta no es mucha, podría seguir andando” “Realmente no se ve nada, pero tampoco esta niebla va a durar toda la noche; ya levantará. Total, la bolsa no pesa demasiado” “Pero, ¿cómo saldré de aquí...? Si digo que me quiero bajar no me lo permitirán, dirán que es muy peligroso que una mujer se quede sola aquí en estas condiciones y a estas horas. No me dejarán. La gente siempre cree saber lo que es mejor para los demás” “Si abro la puerta y salto no me puede pasar nada, no vamos muy deprisa; tiraré la bolsa primero”.
Y como lo pensó lo hizo

Iba sentada al lado de la puerta y la abrió. Y tiró la bolsa y saltó. Pero a ese lado daba la falda del monte e inesperadamente… rodó…, rodó…, Hasta que su cabeza dio con la piedra.


Y el niño que le estaba esperando, esperó.


Y todo el autobús, y todo el pueblo más tarde, lloró el accidente.
Y el borracho lloró su pérdida.


Pero aquélla pérdida no fue por accidente.
El miedo asesinó a Laura. Su último miedo.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

De repente

por Paco


Supe que no volvería tener 20 años, la mejor edad del mundo, aunque hay y hombres y mujeres, más, que te dicen que ahora es, a los 50, la mejor edad de mi vida.
¡Qué gilipollez! ¡A los 50!
Y los ves en las revistas o en la tele y cuando los miras, sus caras de hace seis meses han cambiado, y sus cuerpos aparentan más juventud.
De repente supe que me gustaría volver a los 20 años, pero sabiendo; que es un decir, sabiendo, que no es la palabra, sino habiendo vivido lo que he vivido a mi edad. Todas esas triquiñuelas, donde casi nadie, te la puede meter hasta las trancas, pero con 20 años. ¡Joder, joder!.
La hostia puta, puedes estar toda la noche follando y bebiendo, como sabes ahora, y, no pasa nada. Y transcurre un día y sigues teniendo 20 años. Un tío sano, guapete, que viaja, conoce mujeres que le follan y le pagan sus 20 años teniendo ellas 50. Y las de 15 en adelante, como dice la canción que tiene mi amor.
Y verte así, guapo, fuerte, con dinero y sino hay, no tengo problema, voy a buscarlo a cualquier buen hotel. A que me paguen mis servicios, como digo de 20 años, esas, que dicen estar en la mejor edad de su vida.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

De repente dejo de escribir porque mi imaginación va más deprisa que mi boli. Miro al frente y miro a mi hijo, el de 20 años y a sus amigos y...
Vale, ellos tiene casa que les damos y comida y cama para dormir y algunos caprichos y...
Yo, de esos, con 20 años; 25, no, porque es un cuarto de siglo y ya vas viendo que...
Vale, 20 y sabiendo lo que sé ahora con 53 o 54...
Total quedaban 11 días de repente...

domingo, 11 de septiembre de 2011

Esperando un milagro

por Paco


Antes de escribir, se lía un cigarrillo, se pone el último culito de whisky de la botella en un vaso con mucho hielo para verlo lleno y se da cuenta de que no puede.
No puede, porque para que continúe pagando el recibo de la luz o el agua o el IBI, tendrá que aparecerse la virgen. Y eso solo de la casa en que habita con su mujer, la cual le dio sus dos hijos ya mayores.
No se olvida del seguro ni del mantenimiento de un coche que no puede vender, porque esta cargado de multas y el impuesto de circulación, no lo paga. Los ladrones del ayuntamiento, no le pueden robar, porque no tiene cuenta bancaria. Bueno sí, una compartida con su mujer, pero en la que no figura su nombre.
A su mujer le dio una empresa con la que construyó cinco pisos en un pueblo cerca de Madrid. Al principio, la vendedora, que vivía en ese pueblo, le dijo que estaban todos vendidos. Una quimera. Solo se han vendidos dos, uno de ellos a la vendedora.
La caja de ahorros acecha y cobra un potosí. Del dinero que le dieron en esa caja para terminar la construcción, le quedan unos cuantos miles de euros. Digamos como mucho ¿dos años?
Intenta encontrar trabajo, pero a un tío de su edad, no se lo dan y si lo hacen, el gobierno le robará una parte, como hacen siempre.
Su hijo mayor trabajaba en casa, como teleoperador de una empresa que acaba de quebrar y, su jefe al que conoce, le debe una indemnización que no cree que le pague. El otro hijo, el pequeño, no tiene trabajo, aunque toca de puta madre la batería en dos grupos.
Su mujer trabaja cuidando a su madre, a su padre y de cocinera a su vez para su hermano, que vive en casa de sus padres y que también limpia. Le dan un dinero lamentablemente escaso entre el padre, ese hermano y otro. Su hermana se murió alcohólica.
Termina de escribir esto de un tirón, deja el boli sobre el cuaderno abierto, da una calada al cigarrillo y bebe. Para de escribir.
No quiere recordar el pasado tan lejano, tan humillante con sus propios hermanos a causa de la herencia. Que les den por culo ya son nada.
Él no piensa en sí mismo, piensa en su mujer y en sus hijos y cuando piensa en él, cree que podría huir y estar solo, más que nada para no molestar, cuando lleguen tiempos peores, escribe, mientras lo piensa. Pero se da cuenta de que necesita un bidé, porque después de cagar,tiene que limpiarse el culo con agua y una esponja a causa de una fístula mal curada.
Se ríe recordando que cuando fue al médico para quitarle el setón, aún colgante, y cerrarle el agujerito por donde se sale siempre un poquito de caca, le dijeron que había muerto. Antes de llegar a esas manos casi salvadoras, le atendieron tres médicos más, con tres operaciones cada uno.
No cierra el cuaderno una vez escrito y leído esto, se lía otro cigarrillo, va a la cocina a por una botella de vino, se bebe la mitad de un trago largo, largo y tiene una idea. Le pedirá a su mujer que en el agujerito, le ponga unas gotitas de ese pegamento milagroso... pero que no llegue al ano.
Cuando imagina a su mujer así, abriéndole el culo, sonríe, mientras sigue esperando el milagro y pasa la vida.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Noche terrorífica



Estuvo con nosotros...aunque no pudo venir.



UN MIEMBRO MÁS


por Ricardo



Baja la escalera de acceso al almacén, necesita reponer el material en falta, y como siempre, lo hace al finalizar la jornada, la rutina se ve interrumpida por una sensación incomoda, intuye que hay alguien más, ese estremecimiento al notar el aire frio en la nuca, sintiendo una mirada; el respingo viene acompañado de un giro de cabeza, nadie; como era de esperar la soledad es su única compañía, como siempre; por el rabillo del ojo cree ver una sombra que se mueve, otro giro de cabeza; de nuevo, nadie. Sube las escaleras con el corazón encogido, sus manos están tan vacías como cuando bajó, pero no se da cuenta; tiene que darse prisa, esta noche tiene una reunión en el bosque con sus camaradas.
La hora es la acordada, comienzan a llegar, se reúnen todos formando un círculo. Reconoce a la mayoría pero desconfía de todos, hoy es el gran día o mejor la gran noche, hoy espera verlos como realmente son.
A medida que cada uno va desarrollando su trabajo sus caras se van trasformando, sus cuerpos mutan en formas extrañas, sus voces alcanzan tonalidades no oídas antes.
Su corazón ha dejado de palpitar hace tiempo, tiene la piel tan erizada que le duele, el aire se ha vuelto frio, el silencio se adueña de la noche, ya no ve ningún compañero, todos han desaparecido, únicamente una figura delante mira con ojos inquisitivos, penetrantes, le hace estremecer; de su boca sale un espeluznante grito mientras la figura se transforma en una enorme bestia; una especie de corriente eléctrica recorre su cuerpo, desde sus pies hasta su cerebro, pierde el conocimiento.
El espejo no devuelve la misma figura que esta mañana, el escalofrío llega cuando se reconoce.

martes, 6 de septiembre de 2011

Noche terrorífica

Hace unos meses nuestro Colectivo Literario Renglones de Ficción disfrutó de una terrorífica velada. Noche de junio, buena compañía, un monte donde acomodarnos, unas linternas para alumbrar los papeles donde habíamos plasmado nuestras historias y muchas ganas de pasarlo bien...con o sin miedo. Ahi va uno de los relatos...¡uuuuhhhhh!!

EL TREN CORREO

por Federico

Durante todo el día, el tren correo ha ido dejando la carga en su lento y mil veces interrumpido caminar, hasta llegar al final de su trayecto, Andújar. Son las dos de la madrugada del día 30 de noviembre de 1943. Todas las mercancías del vagón principal, entre las que se encuentra un reluciente ataúd negro y la saca con la paga de los empleados, son descargadas en el almacén-oficina de Tomás Ibáñez, el Jefe de Estación.
Tomás, coloca la saca del dinero en la caja fuerte de su despacho, cierra con llave desde dentro la puerta de la oficina y se sienta delante de su escritorio para redactar el parte del día. Esa noche tiene guardia y trata de relajarse leyendo el periódico que acaba de llegar en el tren.



A esa misma hora, Ramiro Ramos trabaja en su despacho de la estación de Mediodía de Madrid. Aunque al día siguiente cumplirá sesenta y cinco años y se jubilará, es incapaz de irse a su casa hasta no haber comprobado y cerrado los inventarios de carga de los trenes-correo que parten diariamente de esa estación.
–El último impreso y se acabó por hoy, piensa en voz alta. Fija sus enrojecidos ojos en la lista:
. Bicicleta Thoman azul, peso nueve kg, destino Manzanares.
. Silla madera nogal, peso cinco kg, destino Santa Elena.
. Ataúd negro, peso ciento veinte kg., destino Andújar.
–Es el segundo ataúd de esta semana, –recuerda.
Sigue leyendo: valija, peso diez kg.
–Esta es la paga de los empleados, –piensa. A la derecha de la máquina de escribir un periódico de la tarde, abierto por la página de sucesos le llama la atención; Un peligroso asesino, recién fugado de la cárcel, ha sido visto en los alrededores de la estación de Mediodía de Madrid, donde se ha vuelto a perder su pista.
Ramiro acaba su trabajo y sale del despacho. Como siempre es el último en abandonar el trabajo.

En la estación de Andujar, Tomás Ibáñez nota sus parpados muy pesados y sin poderlo evitar apoya la cabeza sobre la escribanía y se queda dormido. Tras él, en el almacén, solo el reflejo lejano del flexo del escritorio atraviesa tenuemente la oscuridad que envuelve un sinfín de paquetes, bultos de formas dispares y al ataúd recién llegado.

En Madrid, Ramiro Ramos sale a la calle y camina hasta su casa. Es una noche muy fría y se sube el cuello del abrigo hasta las orejas; después hunde las manos en la profundidad de los bolsillos.
El sereno le sale al encuentro y le saluda cordialmente buscando la propina. Como siempre, echan una parrafada en el portal antes de despedirse.
Ramiro no ha cenado. No lo hace casi ningún día desde que Emilia, su mujer cogió el tren hacia la eternidad. Se prepara un café y se sienta en una silla de la cocina a tomárselo. Pone la radio pero hace tanto ruido de interferencias que la apaga enseguida. Aflojándose el nudo de la corbata se dirige a su dormitorio, frió y vació como de costumbre.
Por el pasillo piensa en lo que le espera al día siguiente; será el último día de un trabajo rutinario que le convirtió en un hombre rutinario.
–Estaría curioso que mañana transportáramos otro ataúd. Ya serían tres en esta semana, cavila.
Entonces se para y enarca las cejas. Recuerda: ataúd negro, peso ciento veinte kilos destino Andújar… peso ciento veinte kilos?
Ramiro se pone el abrigo y sale apresuradamente de su casa.

En la oficina del jefe de estación de Andujar, Tomás Ibáñez sigue dormitando. Detrás de él, el ataúd parece cobrar vida.

Ramiro Ramos se dirige apresuradamente a la oficina de comunicaciones de la estación y se sienta delante del Telégrafo. Apoyando la palma de la mano derecha en el pulsador comienza a transmitir.

En la estación de Andujar, el receptor de código Morse empieza a emitir una serie continua de sonidos cortos y largos. Tomás escucha como en sueños la transmisión y traduce mentalmente el mensaje que llega.

¡Cuidado con el ataúd; cuidado con el ataúd; cuidado con el ataúd!
Ibáñez se despierta sobresaltado, levanta la vista hacia el espejo que se encuentra en la pared sobre el escritorio y ve reflejada la figura de un hombre corpulento, con una pistola en la mano, avanzando hacia él. Detrás del hombre, el ataúd abierto.
Como impulsado por un resorte abre el cajón, saca una pistola y dispara tres veces. Mientras cae al suelo oye el espejo romperse en mil pedazos. Después, todo se detiene.
Cierra los ojos y escucha. El ruido de un cuerpo al caer sobre la tarima le certifica que ha alcanzado el blanco. Se incorpora y contempla al hombre tendido boca abajo sobre un charco de sangre. Lo voltea ayudándose de un pie y comprueba que está muerto.
En una esquina del despacho, el telégrafo sigue insistiendo:
¡Cuidado con el ataúd; cuidado con el ataúd!